El Escorial


0. INTRODUCCIÓN

Cuando Critilo visita El Escorial en las páginas de «El Criticón» -que Baltasar Gracián publicó 50 años después de la muerte de Felipe II-, no tiene más que mencionar el nombre del Rey Salomón para que el lector avispado reconozca la Octava Maravilla: "Halló en aquel templo de Salomón católico, asombro del hebreo, no solo satisfacción a lo concebido, sino pasmo en el exceso". Y es que las comparaciones entre ambos reyes y sus dos obras magnas fueron muy normales en esos primeros años, como hemos visto antes.

Salomón y la Reina de Saba
"El Rey Salomón interrogado por la Reina de Saba", fresco de Tibaldi en la Biblioteca del Monasterio. El texto hebreo de la falda de la mesa reproduce un texto bíblico: «has dispuesto todas las cosas con medida, número y peso» (Sabiduría de Salomón, XI:20)

Por ejemplo, el padre Sigüenza -cronista oficial de El Escorial- dedicó un capítulo completo a tal comparación (II.XXII), remarcando ya desde el mismo prólogo sus similitudes. Así, El Escorial sería el último eslabón de una cadena empezada por el Arca de Noé, el Tabernáculo y el Templo de Jerusalén. Felipe II, "como otro Salomón", fue imitándole en su magna obra y de él sacaría la idea de debastar la piedra en la misma cantera. Góngora le llamó Salomón II en un soneto que dedicó al soberano, comparación que fue recuperada por Estebanillo González. Iguales parecidos encontraron Juan Gracián ("otro Salomón, y principe de los architectos"; 1582), Pérez de Mesa ("templo que parece imitación, de aquél que fundó el sabio Rey Salomón"; 1587), Covarrubias, Porreño, Santos, y la práctica totalidad de las Crónicas, destacando Caramuel, que basaba su Arquitectura recta y oblicua en el estudio de los dos templos.

Sobre todo, se ha señalado siempre el ambiente de interés por el salomonismo que hizo que el primer bibliotecario de Felipe II y amigo personal del rey, Benito Arias Montano incluyera en su Biblia Sacra una reconstrucción del Templo, que más adelante reimprimió por separado en una monografía. Las acusaciones de judaizante, que recaerían también en su sucesor el padre Sigüenza, hicieron que un alumno de Juan de Herrera, Juan Bautista Villalpando presentara en Roma, bajo financiación real, tres voluminosos volúmenes con una reconstrucción del Templo basada en fuentes bíblicas ortodoxas en la que el profesor René Taylor ha creido ver una «justificación» de las diferencias del Templo y el Monasterio, ante las críticas que hubo hacia El Escorial al final del reinado de Felipe II.

Sin embargo, otras tradiciones, como la celebérrima parrilla de San Lorenzo, la conmemoración de la batalla de San Quintín, culminada en la festividad de este santo, o la afortunada elevación del monumento a Octava Maravilla, han calado más en las leyendas populares sobre la Fundación del Monasterio.

El Escorial (Sur) El Escorial (Este)
Fachada sur de El Escorial y palacios privados


0.1. Las causas fundacionales tradicionales
Como tendremos tiempo de ver, el proyecto original del monasterio no guardaba ningún parecido con una parrilla. Por lo que toca a San Lorenzo (ca. Huesca 230 - 258/261 Roma), que según la tradición fue martirizado el 10 de agosto del año 258 en una parrilla llegando incluso a pedir que le tostaran del otro lado ("Coctum est, deuora et experimentum cape, sit crudum, an assum suauius"), hoy sabemos por Attwater que el santo, uno de los siete diáconos de Roma, fue en realidad decapitado. Sobre este asunto volveremos más adelante, ya que es posible que Felipe II fuera conocedor de esta decapitación.

San Lorenzo en El Escorial: 1) Pellegrino de Pellegrini «il Tibaldi» (1527-1596): «El martirio de San Lorenzo», cuadro central del segundo cuerpo del Retablo Mayor (lienzo, 419 x 315 cm). 2) Rómulo Cincinatto (1542-ca.1600): «San Lorenzo presenta al Tirano de Roma, que le obligó a entregar los tesoros de la Iglesia, una multitud de pobres», fresco del Coro, pared Sur. 3) Breviario de Felipe II (Fr. Julián de la Fuente el Saz y Fr. Andrés de León): «San Lorenzo con la parrilla», códice en pergamino (s. XVI) iluminado por monjes jerónimos (fol. 82v).4) Vecellio di Gregorio, «il Tiziano» (ca. 1477-1576): «Martirio de San Lorenzo», lienzo en el oratorio del dormitorio de Felipe II (410 x 294 cm). 5) Juan Bautista Monegro (1545-1621): «San Lorenzo con la parrilla», piedra berroqueña, portada principal. 6) Escuela flamenca (siglo XVI): «Martirio de San Lorenzo», pintura sobre mármol, dormitorio Felipe II (21 x 32 cm).

En cuanto a la batalla de San Quintín, pequeña ciudad cercana a París (la toma de la capital sí que hubiera justificado el levantamiento de un monumento), y que setenta años antes había sido un pequeño estado flamenco, autores como Ferrero creen que dicha batalla fue de consecuencias más bien modestas dentro del teatro europeo del siglo XVI, un episodio más de la atormentada convivencia hispano-francesa. Desde luego, no modificó en nada dicho escenario. Por otra parte, el día 10 de agosto, sólo fracasó el ataque francés sobre el cerco, pero la ciudad tardó aún dos semanas en caer, concretamente hasta el día 29 de agosto. Vista desde el lado francés, la batalla fue tan sólo una gesta heroica de resistencia de un pueblo sitiado ante un ejército superior. En la actualidad se tiende a aceptar que San Quintín no fue más que una excusa inmediata para emprender un proyecto que estaba en el pensamiento del soberano desde tiempo atrás, con el que seguiría la tradición familiar de fundar monasterios que sirvieran a sus tumbas, a la vez que recordaban sus victorias. Tampoco deberíamos desdeñar lo que San Quintín tenía de afrenta a los franceses. Manuel Fernández Álvarez nos da cuenta de una carta de Felipe a su padre con fecha 11 de agosto: "Mi pesar de estar ausente supera a cuanto Vuestra Majestad pueda suponer". Para este historiador, Felipe II se veía observado por el Emperador y por toda la corte, además de por sus enemigos. Ahora era ya rey y era su primera gran batalla, la primera vez que debía competir con la sombra de su padre.

Grabado de la batalla de San Quintín

Una significativa prueba de esta idea es la ausencia de elementos simbólicos, tan habituales en otros encargos del meticuloso Felipe II, en la serie de las batallas del Norte de Francia, en la frontera con Flandes, presentes entre las ventanas de la Galería de Batallas. Desde luego no hay ninguna mención al dudoso episodio de la destrucción de un posible convento a San Lorenzo, ni aparece el rey en la única batalla que visitó. Tampoco hay ninguna referencia a la también dudosa promesa de Felipe II de contruir un convento a San Lorenzo ni a la posible relación entre la batalla y la fundación de El Escorial. Dada la predilección del rey por las alusiones, directas o simbólicas, hubiera sido de esperar alguna relación con El Escorial en los frescos, como atribuye la leyenda a la fundación y a la traza.

Galería de Batallas en El Escorial
1) Toma de la plaza de Noyon; 2) Incendio de la plaza de Ham y toma del castillo; 3) Preparativos para el cerco de la villa de San Quintín y escenas de la batalla ganada por Manuel Filiberto de Saboya el 10 de agosto de 1557; 4) Escenas de la partida de las tropas españolas de San Quintín.


0.2. Una tumba para la dinastía de los Austrias
Pero debemos valorar,más allá de los factores simbólicos (a los que, en cuanto sintomáticos de una época, no debemos restarles importancia), la necesidad que tuvo Felipe II de encontrar un recinto adecuado para enterrar el cuerpo de su padre, muerto en 1558. La nueva dinastía que iniciaba el Emperador Carlos no podía descansar, como ocurría con sus antepasados hispanos, en iglesias desperdigadas por la península. Felipe todavía aspiraba al Sacro Imperio Romano -que finalmente cedería resignado a su tío Fernando-, había sido rey de Inglaterra por su matrimonio con María Tudor y estaba en ciernes de unificar la península y prácticamente medio mundo en 1580.

Por todo ello, se necesitaba un lugar especialmente majestuoso, un monumento donde pudieran depositarse los cuerpos del Emperador y del resto de los Austrias, dinastía a la que él mismo estaba llamado a elevar a altas cotas. Además, debería dotar a las tumbas de un grandioso templo donde se intercediese por sus almas, lo que culminaría -sin duda influido por el ejemplo de su padre en Yuste- en la fundación de un monasterio de monjes jerónimos. El templo tendría que competir, en cuanto a importancia simbólica, con el que el Papa intentaba levantar en Roma esas fechas, pero sin olvidar su carácter expresamente privado, alejado de los núcleos urbanos y de los caminos de paso. Este carácter palatino quedaba subrayado por la incorporación de una capilla más pequeña bajo el altar, rodeada por unas humildes tumbas, que sus sucesores transformaron en el actual Panteón barroco.

De acuerdo con una antigua tradición por la que los reyes españolesconstruían habitaciones en los monasterios de órdenes afines, Felipe II quiso tener su propia residencia en torno a estas dos capillas. Chueca ha subrayado la importancia que debió tener este desordenado programa funcional para que se repitiera el esquema arquitectónico del convento al lado Norte de la Basílica. De esta decisión surgirían los dos últimos elementos de dicho programa: el Palacio donde se alojaría la corte, puesto que El Escorial acabaría siendo la residencia oficial del monarca, y el Colegio, donde se formarían monjes para velar por la tumba en los siglos venideros.

Morfogénesis de El Escorial según Chueca Templo de Jerusalén
Morfogénesis de El Escorial según Chueca junto al Templo de Jerusalén

Como puede verse en estas imágenes, el convento propiamente dicho siguió el mismo esquema que el Segundo Templo de Jerusalén durante la dominación romana (no debemos confundir este Segundo Templo rectangular con el de Villalpando, basado en el Tercer Templo de forma cuadrada profetizado por Ezequiel, que no llegó a construirse). Su esquema básico lo forman un patio grande para los sacerdotes, con un Templo central, sobre cuatro patios pequeños auxiliares algo más bajos. El parecido sería aún más grande si Chueca hubiera dibujado en su propuesta las seis torres que, según sabemos, coronaban las esquinas y el centro de las fachadas largas en esta fase del diseño. Fue precisamente en la torre central de la fachada sur donde originalmente se iba a situar la biblioteca; su cicatriz aún puede verse en la fachada meridional (véase el dibujo de la cabecera de esta misma página). La necesidad en El Escorial de sacar el Templo al Norte del primer patio vendría dada por la necesidad práctica de dotar de soleamiento al claustro. El resto de las diferencias son las lógicas de estilos arquitectónicos diferentes y de formas de vida más diferentes aún.

Maimónides (1180)Arias Montano (1572) L'Empéreur (1630)Sturm's (1694)Perrault (1678)Encyclopaedia Judaica (1971)Wilkinson (1978)
Siete reconstruciones ideales del Templo de Herodes, según las "Guerras" de Josefo y la "Misnah".
Cada autor ha interpretado de manera muy diferente el esquema arquitectónico y las medidas que se describen en dichos textos:
A) Maimónides: "Misnah Torah" (1180). B) Benito Arias Montano: "Biblia Sacra" (1572) C) Constantin L'Empéreur 1630), también reproducida por Judá León (1642). D) Sturm (1694). E) Claude Perrault (1678). F) Encyclopaedia Judaica (1971). G) Wilkinson: "La Jerusalén que Jesús conoció" (1978).
(Dibujos del autor)

A lo largo de estas páginas trataré de demostrar como, ante la posibilidad de crear un edificio con unas necesidades tan indefinidas y poco comunes, es más que probable que el rey acudiese al mejor modelo que ningún arquitecto pudiese tomar para la arquitectura religiosa (para la civil dejamos otros, sobre los que tendré que volver algún día, como la Casa del Sol, en la que Apolo recibió a su hijo Faetón; cfr. Metamorfosis de Ovidio). Y este modelo no podía ser sino el Templo que el rey Salomón construyó usando los planos que el mismísimo Yahvé había delineado y que el rey Herodes reconstruyó en tiempos de Jesucristo. Parecería lógico que un edificio basado en su traza reprodujera el Orden divino. Villalpando creía que su estudio "permitiría deducir las reglas de la única arquitectura perfecta, la revelada por Dios". La ocupación romana de Palestina en la época del Segundo Templo justificaría el empleo del clasicismo como el lenguaje arquitectónico más adecuado. Herodes, que reinaba sobre Judea pese a su estirpe árabe, consideró más adecuado los modelos romanos, a los que debía su trono, que los sencillos acabados exteriores propios de los pueblos orientales.


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